lunes, 8 de junio de 2009

Acerca de la Traición, Edipo y Kundera

Quiero reflexionar en torno al concepto de traición, en particular al de traición de principios, de compromisos emocionales, no racionales, a la necesidad de construir un discurso, una moral en torno a la cual la traición deja de ser tal y se transforma en contingencia, en simple circunstancia contenida por un devenir inevitable. Edipo en la nota de Tomás: la responsabilidad de los propios actos, el reconocimiento de la culpa a pesar del accionar negligente, el causar daño en otro u otros y argumentar que no había escapatoria, que no es que se fue cobarde sino que no se pudo actuar de otra manera porque los sentimientos, o la política, o la sociedad o la circunstancia. El peor enemigo del espíritu libre, sensible, es el traidor, aquél que actúa únicamente partiendo de la entidad puntual (yo, aquí, ahora), olvidando que el universo es interactuante, que se conforma por definiciones extensas (nosotros, aquí y allá, ayer y mañana). Cómo se le da entidad al que traiciona sus principios, al que traiciona su palabra, su persona? Cómo se entiende a quien logra seguir viviendo a pesar de haber decidido renunciar a probablemente lo único que lo hace digno, su palabra, su coherencia entre palabra y acto? Que moral maldita es la que, en la concepción de tales individuos, logra permitirles que trasciendan una escisión tan evidente? Claramente, a través de nuevos discursos en los cuales el mal actuar no sea tal cosa sino que adquiera plena significación, recurriendo en general a la salvación individual...
Pero más importante, como es que *nosotros* dejamos que determinadas personas, vestidas en galas angelicales, intelectuales, emocionales, sensibles, logren vulnerar las defensas para, una vez habiendo entrado como Aquiles y su puto caballo, destruir Troya desde adentro, logrando que no quede absolutamente nada en pie, ni siquiera la fe en el amor, en la amistad, en que existe algo bueno en este puto mundo? Como podemos seguir creyendo en que existe algo bueno si fue justamente un ángel inmaculado quien decidió clavar la daga justo a la altura del corazón, por la espalda pero al mismo tiempo mirándonos a los ojos, dejándonos ver que son tan buenos, y tan miserables, y tan cobardes y tan terribles como nunca hubiésemos podido concebir? Como se reconstruye la bondad, la fe... la fe en todo lo que da sentido a la existencia, si esos que te permitían fundamentarla fueron quienes en definitiva te la destruyeron...? Nada, supongo que entonces no queda nada, y no queda más alternativa que aceptar que las únicas soluciones válidas son las de compromiso, las que te permiten sobrellevar el dáa, aceptar que las cosas fluyen y no hay nada después de ellas, que el sentido se acaba allí mismo, en el punto, que no sólo no tiene sentido confiar sino que incluso es contraproducente... que las cosas existen únicamente mientras duran y no hay proyección posible, que la traición está a la vuelta de la esquina y quien hoy es tu amigo o te declara amor incondicional mañana te puede estar traicionando en tu negocio, acostándose con tu mujer o diciéndote que se le pasó el amor, que quiere ser un 'espíritu libre'... esta gente terrible pone en jaque cualquier fundamento para la construcción, y me sigo preguntando en virtud de qué se valida tamaña destrucción, tamaña incapacidad de soportar la bondad, el credo, el vinculo, la inocencia, el amor, la inmanencia. Prefiero seguir siendo inocente, ingenuo. Prefiero creer que lo que hacemos en vida repercute en la eternidad, que todas nuestras traiciones algún día nos pasarán la cuenta, y que lo que nos dignifica es la capacidad de vincularnos, que nuestra libertad se juega también en la dignidad que exhibimos cuando elegimos jugarnos por una causa, por una persona, por un amor. Descreo de quienes oscilan como veletas, por más que es el paradigma de la época, descreo y desprecio a quienes se montan a una reputación, un cargo o un delirio de grandeza insufrible, a quienes declaman amar y poder entregarse libremente para luego salir corriendo pues son incapaces de asumir su libertad como capacidad de compromiso. Me siento digno, feliz y honrado de saber hacerme cargo de mis emociones, de mis decisiones, de mis compromisos, de mi amor. Siento que tengo algo personal con todos aquellos que no sólo son cobardes y dicen no serlo, sino que además se arman un discurso en el cual son buenos y poseen justas razones para actuar como hacen, que carecen de la capacidad de hacerse responsables de sus actos, del daño que hacen a sus semejantes cuando actúan como criaturas inconscientes, como egos sobredimensionados y al mismo tiempo insoportablemente dolientes.
A través de estos seres me manifiestan criaturas de pesadillas ancestrales, que buscan justificar su accionar con palabras dulces: esbirros del Sin Nombre, lamias, íncubos y súcubos, demonios miserables, fétidos y corruptos que pervierten el sentido de la existencia.
En otro momento escribiré más sobre Edipo y la incapacidad de declararse negligente, que la negligencia no es excusa como para negar la culpabilidad. Esa reflexión, hecha claramente antes de haber leído el libro de Kundera al que hago referencia, es la que me llevó a mí mismo en su momento a penar mis (pequeñas? grandes?) traiciones, a no desaparecer de la vida de mi hija, a hacerme cargo de que mi negligencia no me liberaba de mi responsabilidad y estaba llamado a responder a ella. Esto nos diferencia a nosotros de a ellos: ellos se van, nosotros nos quedamos y nos hacemos responsables de nuestros actos, de nuestra palabra empeñada, y si no podemos entonces no buscamos un discursete barato que permita hacernos sentir buenos y que actuamos con justa causa: no, me hago cargo: fui un flor de hijo de puta, y con esa incapacidad de ser completamente bueno cargaré toda mi vida, por más que me duela, por más que sea insoportable el saber que se es tan capaz de dañar como cualquier otro. Soy miserable, bajo, humano, y mis errores definen buena parte de mi existencia: parte de esos errores son los dolores que, a sabiendas o por error, supe causar a alguno de mis hermanos, alguna de esos otros seres que han compartido tiempo de conciencia conmigo.
Trato de bancármela, trato de no ser cobarde, y el no salir corriendo es algo que muchas veces se pena, día a día, pero a veces en el discurso se encuentra un aliciente: insisto, el saber que se es digno, que no se buscaron razones (sabe Dios que nos sobran, siempre) para excusar un comportamiento miserable. Y sí, a veces se duda, a veces se maldice, pero la condición humana implica finitud, y quien pretende ser omnipotente, quien cree gozar de un exceso de poder, quien cree que puede conocerlo todo, tarde o temprano se encontrará a los pies de su tumba penando por nunca haber podido plantar los pies en algo, siquiera en sí mismo, y muere más solo que en el medio del desierto...