martes, 6 de noviembre de 2007

5

Acerca de la mecánica cuántica, la continuidad del espacio y el tiempo como válvula de escape para (in)determinados gatos.

Groso. Sinceramente, no por hacerme el socrático, pero cada vez que intento ponerme a pensar seriamente en algo remotamente relacionado con la física me doy cuenta de que sé menos que un pollo. Ah! Quizás si usase este espacio (y absolutamente ningún tipo de vínculo, ni holónomo ni de los otros, me impediría hacerlo en principio) para explicarme determinados Objetos de Conocimiento, podría terminar comprendiéndolos. Whatever the case, el gato se muere o no...? Diríamos que ningunambos, cierto? Y que cuando lo mido (con regla-ojo) lo colapso (pobrecito, como estampilla...), lo aprieto contra la pared hasta que se decide: vivo, o muerto. Pobre gato.
Y si de repente su cola se enroscase en un Lorentz-like-style? Ahí nos atacamos con el folding de los manifolds, Arnold metiendo su lengua por todos lados, Poincaré haciéndose el zonzo y perdimos la brújula, forever.
Calvino, again. El tipo ese evidentemente me ganó de mano. En vez de Cosmicómicas, Cuantitrósticas. Infamias caóticas en torno a la indeterminación del color verde. And so.

4

Cierta charla casualmente poco casual me trasladó a un instante puntual de mi vida en el que alguien me había hecho descubrir a Girondo. Lo desempolvo ahora, y su relectura no me traslada únicamente a las pasiones profundas que tengo adheridas a su lectura sino también a momentos únicos que, vistos en perspectiva, no hacían más que buscar reforzar el sentimiento de náusea terrible que me provocaba la lectura. Recuerdo estar yendo en un tren repleto a las siete de la mañana, a trabajar en el subsuelo del Correo Central enfrentando una máquina-demonio ruidosa, calorífica, perversa, que le ponía sellitos a interminables cajas de cartas, por horas y horas, mientras veía que esas mismas horas se iban para no volver nunca, para perderlas una por una como granos de arena en mis manos, como esas putas y olvidables cartas que debía hacer deslizar por mis manos... y salía de allí, agotado, transpirado y oliendo a papel alcalino para ir a parar a alguno de los antros de Ciudad, a empaparme de la intelectualidad con la que deseaba codearme pero a la que sentía no tenía acceso por derecho natural. Y sin embargo esos dolores en el alma, esa sensación de estar en cualquier lado menos en el correcto, daban una pauta de que quizás no estaba equivocado, que quizás tenía algo que hacer allí.
Recuerdo -como si estuviese ocurriendo ahora- ese momento de viaje en tren. Casi llegando a Retiro, habiendo logrado sentarme, mirando por la ventana de principios de noviembre (aniversario, mirá vos...) el entrecruzamiento de las vías mientras intentaba tragar las lágrimas, el grito y las ganas de tirarme por la ventana y ser un durmiente más, en ambos sentidos. Recuerdo patente la sensación de ahogo, de falta de aire, esa angustia insoportable, indescriptible, irreprimible. Y en medio de eso encontraba el consuelo en la lectura de lo que a mis ojos se les antojaba como un alma gemela, un alma que había sufrido el mismo tormento, o uno parecido.

EJECUTORIA DEL MIASMA


Este clima de asfixia que impregna los pulmones
de una anhelante angustia de pez recién pescado.
Este hedor adhesivo y errabundo,
que intoxica la vida
y nos hunde en viscosas pesadillas de lodo.
Este miasma corrupto,
que insufla en nuestros poros
apetencias de pulpo,
deseos de vinchuca,
no surge,

ni ha surgido
de estos conglomerados de sucia hemoglobina,
cal viva,
soda cáustica,
hidrógeno,
pis úrico,
que infectan los colchones,
los techos,
las veredas,
con sus almas cariadas,
con sus gestos leprosos.
Este olor homicida
rastrero,
ineludible,
brota de otras raíces,
arranca de otras fuentes.

A través de años muertos,
de atardeceres rancios,
de sepulcros gaseosos,
de cauces subterráneos,
se ha ido aglutinando con los jugos pestíferos,
los detritus hediondos,
las corrosivas vísceras,
las esquirlas podridas que dejaron el crimen,
la idiotez purulenta,
la iniquidad sin sexo,
el gangrenoso engaño;
hasta surgir al aire,
expandirse en el viento
y tornarse corpóreo;
para abrir las ventanas,
penetrar en los cuartos,
tomarnos del cogote,
empujarnos al asco,
mientras grita su inquina,
su aversión,
su desprecio,
por todo lo que allana la actitud de las horas,
por todo lo que alivia la angustia de los días.


Más terrible aún que tener el tiempo para pensar en todo lo que no podés hacer con el poco tiempo que te fue dado es, además, ser consciente de ello y no poder ocupar ese mismo tiempo para siquiera pensar en la miseria de la existencia pues se debe usar ese tiempo para otras cosas, como trabajar de máquina o similar.
Nunca logré comprender cómo es que no hay un estado de rebeldía existencial general. Supongo que la presión de la certeza de este tipo de inquietudes es lo suficientemente grande como para que poca gente pueda tolerarla por mucho tiempo sin la necesidad de ir a ver la tele. O sin buscarse un trabajito que no la haga pensar. Estar en medio de la tormenta sin nada a qué aferrarse es complejo; alguno diría hasta suicida. Siempre fantaseé con que la única manera de exacerbar la percepción de la realidad es aprender a caminar por el borde del precipicio: al fin y al cabo, lo sencillo, lo previsible, lo cómodo, aburre. Si las cosas son infinitamente repetitivas no hay forma de que terminen siendo un estímulo.

A veces me pregunto cómo conviven estas, digamos... inquietudes, más otras menos corrosivas, con el hecho de que mi tiempo (único, irrepetible, finito, efímero) debe ser intercambiado por metálico. Digo, el intercambio es tan evidentemente ridículo que no resiste el menor análisis; a veces fantaseo con la perspectiva de una conciencia fotosintética, que no requiera más que sol para vivir. Como sea, me pregunto. Y no lo entiendo del todo; de alguna manera cierta premura, cierta angustia desapareció, y puedo saber que no voy a poder hacer ni ser casi nada de lo que desearía, pero en virtud de esa aceptación logro disfrutar muchísimo más lo (extremadamente) poco y terriblemente pueril que logro concretar. Es más, por usar una imagen: el mirar de manera concienzuda una línea me permite comprenderla de una manera tal que, a través de ella, logro comprender todas las líneas y sus interacciones. Si mirase el conglomerado no podría comprenderlo, no podría visualizar el todo sin perderme, sin ahogarme. Supongo que esta lección me la dio mi hermano con su infinita paciencia.

Quizás no sería mala idea ponerle música adecuada a los poemas de Girondo. Habría que buscar la manera de hacerlo y sobrevivir a ello.

Maldita asociación libre...

lunes, 5 de noviembre de 2007

3

Más ideas sueltas, para retomar la escritura permanentemente inconclusa.
El otro día pensaba en el arcón de infinitos pequeños papelitos de Calvino, en el que ponía todas las pequeñas ideas que anotaba cada vez que viajaba, o tenía un minúsculo rapto de inspiración. Esto debería funcionar de la misma manera, sólo que ahora, como estamos cibernetizados...
Tendré alguna vez mi propia versión de Las Ciudades Invisibles...? No lo creo, pero como puse alguna vez... quizás tenga mis pueblos visibles.

Como sea, ideas. Determinadas conversaciones y agentes con cierta relevancia en mi vida en las últimas semanas han devolvido (ap) ciertas... inquietudes, ciertas preguntas no del todo apagadas a su lugar habitual. Ciertamente estas *xcosas* se conjugan a través de entidades ligeramente intrazables, como los callejones laberínticos de Parque Chas, la mirada rebelde de Capote y las anécdotas Juvenilianescas de un pasado de estudiante de ciencias aislado en un seminario del Opus. Sin obviar, por supuesto, la expansión de la naturaleza de PQ por sus alrededores Urquicescos, que transforma la avenida Monroe en una cinta de Möbius sin que medie aviso.
Es interesante cómo encuentro un hilo lógico, evidente en la interacción entre todas estas entidades; interesante cómo una sirena devenida primer motor (móvil, embriagante) decide, en profundidades insondables, aprovechar el advenimiento de cada segundo equinoccio para transformar la topología de mis días. Transito por territorios desconocidos, por más que conozco de memoria la sombra de mis pasos. Algo que desconozco elige arbitrariamente imponer ante mí determinadas presencias ineludibles que, cual si buscasen forzar la metáfora relativista, logran trastornar, deformar, atraer, modificar de manera irrevocable la topología de determinados atardeceres.

Otro elemento que aparece de manera recursiva es el tablero de ajedrez. Obvio, al lado se me apareció un pentagrama y, justito después, Kepler haciendo música con sus putos sólidos perfectos... Ya, ahí tengo elementos como para otro delirio más. El tema es encontrar quién es la excusa como para que esos elementos se desarrollen de la manera apropiada. Pero no hay problema, ya los encontraré.

Volviendo a PQ, la hipótesis de trabajo es que ese engendro barrial no está allí como mera consecuencia de lo casual; sus calles tienen un mensaje, pero nadie se dio cuenta todavía (o los que se dieron cuenta están six feet under). De todas maneras todavía no termino de decidirme si tiene sentido hacer una versión local del código Da Vinci / péndulo (ja, pretencioso...? naaaa...), o si sería mejor algo en joda. Obvio tienta más la primera, aunque no sé. Como sea, repentinamente resurgió el relato del aspirante a numerario que psicopatea denunciando pequeñas faltas en la soledad de una habitación en el retiro, al lado del asfixiante informe sobre ciegos: no puedo siquiera pensar en confabulaciones (menos publicarlas, Vive Dios) sin que alguno de los agentes lo sepa. Luego, no se lo piensa.
Pendientes para cerrar esto: tiempo! lecturas! conocimiento! aaaaaaaaaa!!!! como todas mis putas ideas, a la espera siempre de un estiletazo certero que decida su destino.

Lamentablemente cualquier finalización adolece del problema de serlo. No hay forma de cerrar un tanguete sin que el chan chan sea al mismo tiempo previsible y discordante con el resto. Como el inicio, bah; pasa que una vez que largaste ya estás en el baile y enseguida te lo olvidás. El final es inolvidable porque después no queda nada...

Pero a lo que iba

es a que nunca puedo cerrar las ideas. Quizás me termino enamorando de ellas, quizás lo que ocurre (y creo que es la razón principal) es que debe existir (en el sentido de 'it must exist') una razón para el fin, sino es simplemente un dejar de decir cosas porque se agotaron, o porque no tengo más ganas de decirlas, o porque es canónico que todo termine, incluso un relato. Quizás concibo un relato más como una ecuación, como una demostración, más que cualquier otra cosa: una demostración, por medio de una lógica no necesariamente racional (@all!), aristotélica o bla, de algo que no puedo concebir fuera de ella misma. Demostración de...? Ah, caray, qué buena pregunta. No creo que fabular acerca de delirios místicos o ficticios sea una manera de demostrar la existencia, pero creo que pinta más para el lado de lograr crear una metarealidad, que en definitiva es lo que termina haciendo uno como científico/pensador cada vez que decide intentar explicar un minúsculo aspecto de la realidad que percibe: cada vez que descubro o comprendo una idea que pretende explicar 'algo', me creo (en ambos sentidos, to create and to believe) un cuentito chino, más o menos tragable, acerca de cómo son las cosas. Ok, me creo algo que luce bello, cerrado y coherente. Los mismos atributos que busco para cualquier relato que intente cerrar. Y esta historia del relato vale no sólo para estos dos ítems que acabo de mencionar: vale también para mi delirio inacabable acerca del sentido de un trazo con el pincel, y valdría también para cualquier instancia creativa que pudiese ocurrírseme.

De todas maneras ha de haber una conclusión en un relato, y esa conclusión debería estar dada como consecuencia inevitable de cualquier (o sea todo) elemento previamente delineado. Supongo que lo que me hace ruido es el pensar en ese delineamiento apriorístico: dado que no sólo no conozco lo que quiero decir ni cuál es su lógica, es una contradicción de principios el pretender conocerla... por otro lado, siempre sentí que cuando puedo explicarme las cosas se tornan ligeramente triviales, y por lo tanto dejan de tener interés/comienzan a aburrirme. Entonces, para que un relato de cualquier tipo tenga el interés que deseo que tenga, debe contener claramente una importante componente que no me sea comprensible. Pero si no me es comprensible entonces no puedo establecer ni cuál es su lógica ni, obviamente, cómo se delinean los elementos que componen dicho relato. Es menester, entonces, contar con otro elemento de algún tipo que sea el que en definitiva termine teniendo la responsabilidad de estructurar el relato. Ese elemento, supongo, ha de tener algo que ver con la intuición, pero agregarla en este contexto es más o menos lo mismo que haber mencionado a Dios, o a decir la palabra hcqbibQAxaskln: un signo, cuyo contenido en realidad sólo viene a cumplir el rol de ser quien oculta un significado que me es esquivo.
Entonces lo único que hice fue correr la pregunta, crearme otro elemento conceptual para en definitiva no resolver nada. Palabras más, palabras menos, la misma pregunta que rompe los cuernos desde los quince... de dónde sale eso que no puedo explicar pero que, en definitiva, es quien está encargado de resolver lo que mi presencia consciente no puede ni desea? Eso, es parte de mí, está aquí en alguna parte, pero por motivos no del todo claros me resulta completamente inaccesible, al menos con esta mirada.

Amo la asociación libre.