lunes, 10 de agosto de 2009

Más refritos

Escrito el 3/10/2003 a la noche, tarde. Podría ser un primer o segundo capítulo de algo que alguna vez podría tener terminado... por ahora no sale del 'podría'.


Estiro mi mano y veo dedos, veo que se estiran delante de mis ojos.
Si levanto la vista de ella, que veo? Veo un espacio vacío, veo un cuarto sin cosas, veo las cosas en mi imaginación, sólo en mi imaginación. Un agujero, un hueco inmundo y hediondo.
Es un sueño. Es el color de los sueños, es el silencio de lo muerto.
Alguna vez existió el anhelo de vida. Alguna vez supe lo que era estar vivo. Alguna vez, alguna vez.
Me falta el aire, ahora. Amo, pero no. Sigo hilos inconexos. Sigo hilos que se cortan sin que sepa dónde ni en qué puto momento.
A veces huelo aire. A veces siento esa frescura. A veces veo reflejos, sólo a veces. Pero no los entiendo, no me entienden, y se desentienden. Y temen, por algún motivo que desconozco temen, me temen, me huyen. Y entonces corro detrás suyo, pero ellos tienen piernas más largas y escapan de mis garras, de mi vacío, de mi ansia de reflejo.
Y entonces me quedo con los maniquíes, me quedo con espejos de colores pálidos y ausentes. Me conformo con ellos, pensando (creyendo) que son reflejos veros, reflejos divinos como los que el aire limpio que penetra mi nariz busca, desea, anhela.
¿ansia? ¿deseo de vida ausente?
¿qué es real? Por qué no puedo concretar mi realidad?
Son los pensamientos de un vagante, un fugitivo.
Desterrado, no pertenece a ninguna parte, no a nadie. Todos lo desean (el alguna parte, no a él), todos lo buscan, todos se aferran a sus chops de madera flotante para no hundirse. Yo también quiero hacerlo, pero veo los trozos de madera y no les creo. No busco no hundirme, busco volar, y un trozo de madera no sirve para eso.
¿por qué esos entes me calan tan hondo, sin que pueda hacerles lo mismo? Yo no soy un ser real, no pretendo realidad. Pretendo ser un ser fantástico. Pretendo tener alas, pretendo que esto no es, sino que es una ficción. Pero no puedo salir del espacio plano solo, no de esta manera. No tengo herramientas, soy un pobre inútil sin manos y sin medios. Pero puedo construirlos, puedo ayudarme, puedo dar mis manos. Tengo mis manos, pero no para mí, para otros. Yo no puedo usarlas, las puedo prestar a otros, y de esa manera pueda usarlas.
Levantó la cabeza de la taza y el humo caliente. Todo volvió a tener forma de lo que solía ser. Levantó su cuerpo dolorido de la silla y caminó por el cuarto, con otras gentes y otros humos. Y tiró monedas por el piso, para que otros levanten, no con desdén sino con desaprensión. Salió y el vaho frío le hundió los dientes en las mejillas. No importa, no importa. Lo importante no se va con el aire frío de una mañana, se va por los otros, se va por tu tiempo perdido. Se va por tus deseos de otros, se va en la mano del dedo que te apunta en la nuca. Y es etéreo, no sé qué es. No lo puedo reconocer cuando no lo tengo, no puedo hablar de ello cuando no estoy en sus brazos, y cuando estoy no tiene sentido perder el tiempo tratando de explicarlo pues es inexplicable. Y explicarlo lo aleja. No puedo pretender determinar lo indeterminable. No es caos, no es azar. Es causal, pero no. No es resultado de una opción binaria. Escapa. Es risible, cuando no lo ves. Pero es una fantasía, una utopía, una anhelo ridículo, cuando no lo poseo. Entonces, dio un primer paso. Hacia algún lado, izquierda, derecha, por ahí no tenía demasiada importancia. Son pasos lentos, el tiempo tiene otro sentido ahora. No estoy drogado, pero es como si como. Y escribo su estado porque es el que quiero, el que pretende mi mente, el que pretende mi alma, el estado de todo sin importancia. Su saco raído. Los bolsillos son como de pana, raspa y no abriga un carajo. Hay un paquete de cigarros viejo, pido fuego. Como enfrento a esos otros? Me entienden? Los entiendo? Me necesitan? Los necesito? Eso último, creo que sí, pero no sé de qué manera. Qué puedo dar? Qué doy? Si lo único que define mi ser y que me creo capaz de dar es ésto, qué es lo que estoy dando? Estoy mintiendo, acaso? Miento porque los necesito, porque los necesito porque temo a la soledad y a la muerte? Entonces por eso soy bueno? Yo no soy nada, soy ese tipo perdido que camina con un saco viejo y raído perdido por una calle de una ciudad podrida. No soy un monstruo como los que veo a través de mis ojos de viejo. No soy uno de esos que necesita hacer algo para ser alguien, pero me contagian tanto que a veces creo que no soy ese viejo y que soy uno de esos jóvenes que hacen cosas. Yo no necesito hacer cosas, me basto por mí mismo. Pero alguien me grita adentro que tenés que hacer muchas cosas para ser alguien. Y si lo único que me define es indefinible? Si no puedo definirme lo que me define, más que en ciertas circunstancias en las que tratar de hacer el esfuerzo de hacerlo es perder el tiempo, carece de sentido y de hecho aleja la circunstancia? Cómo hago para asociar lo que soy con lo que debo ser? Cómo hago para ser un viejo vagabundo, sin nada para hacer, y poder hacerlo en paz? No quiero hacer nada bien, ése es el pensamiento liberador. No quiero ni expresarme bien, no quiero tener que hacerlo bien. Quiero convivir con mi saco raído.
Caminaba, entonces. Pero por dónde, ni puta idea. Frío y sol, mis días favoritos. Frío, porque te despeja pero te mete para adentro. Pero el sol, da vida, entonces te saca. Y el aire entra mejor en los pulmones cuando está más frío.
Caminando, llegó a un lugar con agua. Como una playa, pero no una playa. Una calle y todos sus edificios que se acaban de repente frente al agua, pero en la distancia. No me acerco, no puedo acercarme al agua. Igual puede ver por encima, y qué ve? El horizonte, el vacío.
Corre, entonces. Pierde un poco su compostura y corre, sin interés en sus ropas, su cuerpo o los ojos de los entes que ven a un pobre pordiosero correr como un desesperado porque está perdiendo su tiempo, que ya perdió de todas maneras. Corre hacia el horizonte pero no llega, el vagabundo. Pero en realidad no corre hacia el horizonte, no sabe hacia dónde corre. Corre hacia una habitación que vio alguna vez, en la que había una nena llorando en un rincón, que veía los colores de los aromas que amaba, pero que lloraba porque estaba sola en la habitación y se refugiaba en ella, porque estaba cerrada y con una ventana sólo hacia el cielo. Corrió él, llegó a la habitación implantada en medio de la calle, vio la ventana y sintió los colores y el llanto, y golpeó las paredes infranqueables, golpeó entre llantos y se desgarró los dedos hasta ver sus propios huesos tratando de romper los ladrillos, rompió pero siente cómo la habitación sube, cómo se aleja. La pared sigue allí, pero la habitación sube, como si repentinamente el cuarto se transformase en un edificio y arriba de todo la habitación que llega al cielo pero no lo lleva, y se lleva a la nena y la aleja de él, indefectiblemente la aleja, se desentiende (obvio, es una habitación) y la aleja de él, probablemente para siempre.
Se va, entonces. Y ve que hay otras habitaciones, otros edificios, aunque ahora no los puede reconocer, no sabe qué edificios son qué edificios, no sabe qué es una habitación, no sabe nada. No sabe, y ve fantasmas, y teme a los fantasmas. Se vuelve fantasma, se sabe fantasma, y se teme. Vuelve a su café, vuelve a su reducto, vuelve a su nada, a su lugar donde hay entes pero no hay nadie. Vuelve al silencio de la ausencia, vuelve a poner caras y caretas, vuelve a no entender nada de nada, vuelve a un mundo que desconoce, vuelve a un mundo que no es el suyo. Vuelve a tratar de tener que querer hacer que no es el vagabundo que es, y lucha por su vida.
De repente hay un bosque, y ya no es el vagabundo. Es algo, o alguien, y está perdido en el bosque, pero estar perdido no implica estar perdido. No está perdido en el bosque, en el bosque no se está perdido, en el bosque no se está perdido porque no hay direxión, no hay dónde ir, no hay que ir a ningún otro árbol, y no hay tiempo, el tiempo no existe, entonces no hay por qué estar perdido. No sé, yo, quien escribe, qué es el bosque, no lo conozco, quizás lo anhelo. Pero volvamos a nuestro protagonista, que sobre él es el relato, y no sobre mí. Hay hojas, sobre los árboles y sobre el piso. No hay entes, hay verde y sólo verde. Hay almas, también, en alguna parte, aunque ahora no las veo, las intuyo. Las intuye.