martes, 6 de noviembre de 2007

5

Acerca de la mecánica cuántica, la continuidad del espacio y el tiempo como válvula de escape para (in)determinados gatos.

Groso. Sinceramente, no por hacerme el socrático, pero cada vez que intento ponerme a pensar seriamente en algo remotamente relacionado con la física me doy cuenta de que sé menos que un pollo. Ah! Quizás si usase este espacio (y absolutamente ningún tipo de vínculo, ni holónomo ni de los otros, me impediría hacerlo en principio) para explicarme determinados Objetos de Conocimiento, podría terminar comprendiéndolos. Whatever the case, el gato se muere o no...? Diríamos que ningunambos, cierto? Y que cuando lo mido (con regla-ojo) lo colapso (pobrecito, como estampilla...), lo aprieto contra la pared hasta que se decide: vivo, o muerto. Pobre gato.
Y si de repente su cola se enroscase en un Lorentz-like-style? Ahí nos atacamos con el folding de los manifolds, Arnold metiendo su lengua por todos lados, Poincaré haciéndose el zonzo y perdimos la brújula, forever.
Calvino, again. El tipo ese evidentemente me ganó de mano. En vez de Cosmicómicas, Cuantitrósticas. Infamias caóticas en torno a la indeterminación del color verde. And so.

4

Cierta charla casualmente poco casual me trasladó a un instante puntual de mi vida en el que alguien me había hecho descubrir a Girondo. Lo desempolvo ahora, y su relectura no me traslada únicamente a las pasiones profundas que tengo adheridas a su lectura sino también a momentos únicos que, vistos en perspectiva, no hacían más que buscar reforzar el sentimiento de náusea terrible que me provocaba la lectura. Recuerdo estar yendo en un tren repleto a las siete de la mañana, a trabajar en el subsuelo del Correo Central enfrentando una máquina-demonio ruidosa, calorífica, perversa, que le ponía sellitos a interminables cajas de cartas, por horas y horas, mientras veía que esas mismas horas se iban para no volver nunca, para perderlas una por una como granos de arena en mis manos, como esas putas y olvidables cartas que debía hacer deslizar por mis manos... y salía de allí, agotado, transpirado y oliendo a papel alcalino para ir a parar a alguno de los antros de Ciudad, a empaparme de la intelectualidad con la que deseaba codearme pero a la que sentía no tenía acceso por derecho natural. Y sin embargo esos dolores en el alma, esa sensación de estar en cualquier lado menos en el correcto, daban una pauta de que quizás no estaba equivocado, que quizás tenía algo que hacer allí.
Recuerdo -como si estuviese ocurriendo ahora- ese momento de viaje en tren. Casi llegando a Retiro, habiendo logrado sentarme, mirando por la ventana de principios de noviembre (aniversario, mirá vos...) el entrecruzamiento de las vías mientras intentaba tragar las lágrimas, el grito y las ganas de tirarme por la ventana y ser un durmiente más, en ambos sentidos. Recuerdo patente la sensación de ahogo, de falta de aire, esa angustia insoportable, indescriptible, irreprimible. Y en medio de eso encontraba el consuelo en la lectura de lo que a mis ojos se les antojaba como un alma gemela, un alma que había sufrido el mismo tormento, o uno parecido.

EJECUTORIA DEL MIASMA


Este clima de asfixia que impregna los pulmones
de una anhelante angustia de pez recién pescado.
Este hedor adhesivo y errabundo,
que intoxica la vida
y nos hunde en viscosas pesadillas de lodo.
Este miasma corrupto,
que insufla en nuestros poros
apetencias de pulpo,
deseos de vinchuca,
no surge,

ni ha surgido
de estos conglomerados de sucia hemoglobina,
cal viva,
soda cáustica,
hidrógeno,
pis úrico,
que infectan los colchones,
los techos,
las veredas,
con sus almas cariadas,
con sus gestos leprosos.
Este olor homicida
rastrero,
ineludible,
brota de otras raíces,
arranca de otras fuentes.

A través de años muertos,
de atardeceres rancios,
de sepulcros gaseosos,
de cauces subterráneos,
se ha ido aglutinando con los jugos pestíferos,
los detritus hediondos,
las corrosivas vísceras,
las esquirlas podridas que dejaron el crimen,
la idiotez purulenta,
la iniquidad sin sexo,
el gangrenoso engaño;
hasta surgir al aire,
expandirse en el viento
y tornarse corpóreo;
para abrir las ventanas,
penetrar en los cuartos,
tomarnos del cogote,
empujarnos al asco,
mientras grita su inquina,
su aversión,
su desprecio,
por todo lo que allana la actitud de las horas,
por todo lo que alivia la angustia de los días.


Más terrible aún que tener el tiempo para pensar en todo lo que no podés hacer con el poco tiempo que te fue dado es, además, ser consciente de ello y no poder ocupar ese mismo tiempo para siquiera pensar en la miseria de la existencia pues se debe usar ese tiempo para otras cosas, como trabajar de máquina o similar.
Nunca logré comprender cómo es que no hay un estado de rebeldía existencial general. Supongo que la presión de la certeza de este tipo de inquietudes es lo suficientemente grande como para que poca gente pueda tolerarla por mucho tiempo sin la necesidad de ir a ver la tele. O sin buscarse un trabajito que no la haga pensar. Estar en medio de la tormenta sin nada a qué aferrarse es complejo; alguno diría hasta suicida. Siempre fantaseé con que la única manera de exacerbar la percepción de la realidad es aprender a caminar por el borde del precipicio: al fin y al cabo, lo sencillo, lo previsible, lo cómodo, aburre. Si las cosas son infinitamente repetitivas no hay forma de que terminen siendo un estímulo.

A veces me pregunto cómo conviven estas, digamos... inquietudes, más otras menos corrosivas, con el hecho de que mi tiempo (único, irrepetible, finito, efímero) debe ser intercambiado por metálico. Digo, el intercambio es tan evidentemente ridículo que no resiste el menor análisis; a veces fantaseo con la perspectiva de una conciencia fotosintética, que no requiera más que sol para vivir. Como sea, me pregunto. Y no lo entiendo del todo; de alguna manera cierta premura, cierta angustia desapareció, y puedo saber que no voy a poder hacer ni ser casi nada de lo que desearía, pero en virtud de esa aceptación logro disfrutar muchísimo más lo (extremadamente) poco y terriblemente pueril que logro concretar. Es más, por usar una imagen: el mirar de manera concienzuda una línea me permite comprenderla de una manera tal que, a través de ella, logro comprender todas las líneas y sus interacciones. Si mirase el conglomerado no podría comprenderlo, no podría visualizar el todo sin perderme, sin ahogarme. Supongo que esta lección me la dio mi hermano con su infinita paciencia.

Quizás no sería mala idea ponerle música adecuada a los poemas de Girondo. Habría que buscar la manera de hacerlo y sobrevivir a ello.

Maldita asociación libre...

lunes, 5 de noviembre de 2007

3

Más ideas sueltas, para retomar la escritura permanentemente inconclusa.
El otro día pensaba en el arcón de infinitos pequeños papelitos de Calvino, en el que ponía todas las pequeñas ideas que anotaba cada vez que viajaba, o tenía un minúsculo rapto de inspiración. Esto debería funcionar de la misma manera, sólo que ahora, como estamos cibernetizados...
Tendré alguna vez mi propia versión de Las Ciudades Invisibles...? No lo creo, pero como puse alguna vez... quizás tenga mis pueblos visibles.

Como sea, ideas. Determinadas conversaciones y agentes con cierta relevancia en mi vida en las últimas semanas han devolvido (ap) ciertas... inquietudes, ciertas preguntas no del todo apagadas a su lugar habitual. Ciertamente estas *xcosas* se conjugan a través de entidades ligeramente intrazables, como los callejones laberínticos de Parque Chas, la mirada rebelde de Capote y las anécdotas Juvenilianescas de un pasado de estudiante de ciencias aislado en un seminario del Opus. Sin obviar, por supuesto, la expansión de la naturaleza de PQ por sus alrededores Urquicescos, que transforma la avenida Monroe en una cinta de Möbius sin que medie aviso.
Es interesante cómo encuentro un hilo lógico, evidente en la interacción entre todas estas entidades; interesante cómo una sirena devenida primer motor (móvil, embriagante) decide, en profundidades insondables, aprovechar el advenimiento de cada segundo equinoccio para transformar la topología de mis días. Transito por territorios desconocidos, por más que conozco de memoria la sombra de mis pasos. Algo que desconozco elige arbitrariamente imponer ante mí determinadas presencias ineludibles que, cual si buscasen forzar la metáfora relativista, logran trastornar, deformar, atraer, modificar de manera irrevocable la topología de determinados atardeceres.

Otro elemento que aparece de manera recursiva es el tablero de ajedrez. Obvio, al lado se me apareció un pentagrama y, justito después, Kepler haciendo música con sus putos sólidos perfectos... Ya, ahí tengo elementos como para otro delirio más. El tema es encontrar quién es la excusa como para que esos elementos se desarrollen de la manera apropiada. Pero no hay problema, ya los encontraré.

Volviendo a PQ, la hipótesis de trabajo es que ese engendro barrial no está allí como mera consecuencia de lo casual; sus calles tienen un mensaje, pero nadie se dio cuenta todavía (o los que se dieron cuenta están six feet under). De todas maneras todavía no termino de decidirme si tiene sentido hacer una versión local del código Da Vinci / péndulo (ja, pretencioso...? naaaa...), o si sería mejor algo en joda. Obvio tienta más la primera, aunque no sé. Como sea, repentinamente resurgió el relato del aspirante a numerario que psicopatea denunciando pequeñas faltas en la soledad de una habitación en el retiro, al lado del asfixiante informe sobre ciegos: no puedo siquiera pensar en confabulaciones (menos publicarlas, Vive Dios) sin que alguno de los agentes lo sepa. Luego, no se lo piensa.
Pendientes para cerrar esto: tiempo! lecturas! conocimiento! aaaaaaaaaa!!!! como todas mis putas ideas, a la espera siempre de un estiletazo certero que decida su destino.

Lamentablemente cualquier finalización adolece del problema de serlo. No hay forma de cerrar un tanguete sin que el chan chan sea al mismo tiempo previsible y discordante con el resto. Como el inicio, bah; pasa que una vez que largaste ya estás en el baile y enseguida te lo olvidás. El final es inolvidable porque después no queda nada...

Pero a lo que iba

es a que nunca puedo cerrar las ideas. Quizás me termino enamorando de ellas, quizás lo que ocurre (y creo que es la razón principal) es que debe existir (en el sentido de 'it must exist') una razón para el fin, sino es simplemente un dejar de decir cosas porque se agotaron, o porque no tengo más ganas de decirlas, o porque es canónico que todo termine, incluso un relato. Quizás concibo un relato más como una ecuación, como una demostración, más que cualquier otra cosa: una demostración, por medio de una lógica no necesariamente racional (@all!), aristotélica o bla, de algo que no puedo concebir fuera de ella misma. Demostración de...? Ah, caray, qué buena pregunta. No creo que fabular acerca de delirios místicos o ficticios sea una manera de demostrar la existencia, pero creo que pinta más para el lado de lograr crear una metarealidad, que en definitiva es lo que termina haciendo uno como científico/pensador cada vez que decide intentar explicar un minúsculo aspecto de la realidad que percibe: cada vez que descubro o comprendo una idea que pretende explicar 'algo', me creo (en ambos sentidos, to create and to believe) un cuentito chino, más o menos tragable, acerca de cómo son las cosas. Ok, me creo algo que luce bello, cerrado y coherente. Los mismos atributos que busco para cualquier relato que intente cerrar. Y esta historia del relato vale no sólo para estos dos ítems que acabo de mencionar: vale también para mi delirio inacabable acerca del sentido de un trazo con el pincel, y valdría también para cualquier instancia creativa que pudiese ocurrírseme.

De todas maneras ha de haber una conclusión en un relato, y esa conclusión debería estar dada como consecuencia inevitable de cualquier (o sea todo) elemento previamente delineado. Supongo que lo que me hace ruido es el pensar en ese delineamiento apriorístico: dado que no sólo no conozco lo que quiero decir ni cuál es su lógica, es una contradicción de principios el pretender conocerla... por otro lado, siempre sentí que cuando puedo explicarme las cosas se tornan ligeramente triviales, y por lo tanto dejan de tener interés/comienzan a aburrirme. Entonces, para que un relato de cualquier tipo tenga el interés que deseo que tenga, debe contener claramente una importante componente que no me sea comprensible. Pero si no me es comprensible entonces no puedo establecer ni cuál es su lógica ni, obviamente, cómo se delinean los elementos que componen dicho relato. Es menester, entonces, contar con otro elemento de algún tipo que sea el que en definitiva termine teniendo la responsabilidad de estructurar el relato. Ese elemento, supongo, ha de tener algo que ver con la intuición, pero agregarla en este contexto es más o menos lo mismo que haber mencionado a Dios, o a decir la palabra hcqbibQAxaskln: un signo, cuyo contenido en realidad sólo viene a cumplir el rol de ser quien oculta un significado que me es esquivo.
Entonces lo único que hice fue correr la pregunta, crearme otro elemento conceptual para en definitiva no resolver nada. Palabras más, palabras menos, la misma pregunta que rompe los cuernos desde los quince... de dónde sale eso que no puedo explicar pero que, en definitiva, es quien está encargado de resolver lo que mi presencia consciente no puede ni desea? Eso, es parte de mí, está aquí en alguna parte, pero por motivos no del todo claros me resulta completamente inaccesible, al menos con esta mirada.

Amo la asociación libre.

sábado, 23 de junio de 2007

2

Esto fue un juego gracioso: nos pusimos con Ni la idea de 'escribir una historia sencilla'. La historia más sencilla que se me ocurrió fue la del príncipe que vence al monstruo y rescata a la princesa. Bueno, como eso solo no basta, estiré un poco la idea en dos versiones:

Historia 1: el caballero andante que sueña con su princesa platónica y va a buscarla adonde su sueño le indica. Cuando llega, dispuesto a enfrentarse con el dragón que la tiene prisionera, se encuentra directamente con su princesa, a la que declara su amor y ella a él (por ser quien viene a rescatarla). El caballero está aún desconfiado, pero cuando finalmente cae en el sortilegio de la princesa ésta lo muerde, lo envenena y se transforma en el gusano, en la serpiente, y mientras el veneno le hace efecto le declara que ella es al mismo tiempo el dragón y la princesa, que se alimenta de los incrédulos que, como él, se acercan a su guarida engañados por sus sueños perfectos dispuestos a rescatarla. En realidad ella también es víctima de un sortilegio del que no puede escapar, un sortilegio en el que es al mismo tiempo víctima y victimaria, es inocente pero al mismo tiempo la fuente de toda malicia.

Historia 2: relatada en primera persona, cuenta la historia de un peregrino que llega a un páramo en el que se dice habita una bestia innombrable que custodia un tesoro inconmensurable, la vida eterna, el amor eterno, la representación terrenal de lo deseable. Pero ese que cuenta la historia es, además del gusano, el último que osó creer en esa panacea y que fue en su busca, sólo para encontrarse con el iluso anterior que, tras contarle la historia de su larga desdicha, lo mordió para poder ser liberado del sortilegio (y la creencia ideal que lo sustenta) y poder volver a una realidad que ya no reconocerá como suya. Una alternativa es que este último iluso decida contarlo y no transferir la maldición por preferir vivir en un mundo ilusorio pero al mismo tiempo ideal, que volver a una realidad en la que cualquier fantasía demuestra ser falsa. En la primera, la serpiente es uroboros, la serpiente que se muerde la cola y representa la infinitud del círculo. En la segunda puede serlo también, pero a través de esta última víctima encuentra la medida de su finitud (ie, el círculo de víctimas inacabables se acaba) que se resignifica en otra (la infinitud de la víctima que habla y decide por propia voluntad ser la última, por preferir ese mundo ideal en el que alguna vez eligió creer).

1

Esto es algo que escribí el domingo 11 de febrero de 2007.
Al margen, una idea que pensé el otro día: cómo sería la construcción social de un conjunto de entes que pudiesen ejercitar la telepatía y la 'lectura mental'? Para un ridículo como yo, básicamente una sociedad utópica: imposible mentir en tales circunstancias, imposible ocultar. No se tienen más alternativas que ser honesto: no es como aquí, que ser honesto es una elección, eventualmente cultural y en lo profundo, opuesta a las pulsiones básicas de supervivencia. Enfin... para reflexionar con menos sueño; pero por lo prometedora que suena la idea, si fuese gobernante dedicaría buena parte de los recursos a intentar desarrollar una especie de 'técnica telepática'. Bah, en realidad, ahora que lo pienso si fuese gobernante me preocuparía por que nadie la desarrollase...


Domingo, 11 de febrero de 2007

Ideas para escribir

La idea es bastante sencilla: un mundo en el que la astrología funcionase de hecho. Alguien, hace mucho tiempo, se ocupó de realizar un conjunto de meticulosos experimentos para determinar las leyes que se encuentran detrás de la astrología. Esas leyes podrían demostrar variaciones cíclicas con períodos del orden de, por ejemplo, minutos, eventualmente alteradas por factores tales como la ascendencia y el ánimo de los padres en el momento de serlo.
En un tal mundo, cosas tales como el aborto y la cesárea carecerían directamente de sentido; no existiría un debate moral en torno a ellas porque lisa y llanamente no serían concebibles. Pensar esta parte un poco más.
El relato podría girar en torno a la persona (un antropólogo quizás) que encuentra los manuscritos originales de quien descubrió este fenómeno. Esto, ligado con la historia de distintos personajes que intentan, por distintos motivos, tener hijos en determinados momentos como para poder replicar determinadas características de personalidad. Hay unas cuantas cosas interesantes para jugar aquí, entre ellas: qué hará el antropólogo con su descubrimiento; la persona que creó todo esto lo pudo hacer en base a experimentar con generaciones de personas criadas a su antojo como para confirmar su teoría. Tendría que pensar un poco más en cómo sería la resultante social de aplicar esta idea a muchas generaciones sucesivas. Existirían tipos 'standard' de persona? Seríamos todos iguales? Nada cambiaría? Otra cosa para jugar: la historia personal de alguna familia que, por un motivo o por otro, decidiese que quieren un hijo que tuviese determinadas características.

El compromiso con una idea es un dogma, es dogmático? No lo creo. Se me ocurre pensar que un compromiso asumido de esa manera deja de serlo; al transformarse en dogma sacrifica su significado, se vuelve hueco y repetitivo, una mera fórmula para justificar eventuales actos. Un compromiso, una creencia real carece de dogmatismo; una búsqueda real implica en sí una búsqueda de significado y, por definición, esa búsqueda de significado es antitética al dogma. Encontrado el significado, o su materialización formal, la crítica permanente a su forma permite continuar reforzándolo. No creo en la igualdad de manera dogmática, cada vez que se presenta una crisis a tal hipótesis encuentro nuevos argumentos que, en definitiva, no logran más que un crecimiento, un fortalecimiento de la hipótesis. Si ante alguna prueba la hipótesis fallase, entonces no me quedarían más alternativas que cambiarla. Si algo me demuestra que la igualdad humana es falsa, que no amerita creer en ella, entonces deberé cambiar mis ideas de una manera acorde con ello. Creo que el asociar la idea del compromiso con un planteo dogmático es una excusa de aquél que sabe que no tiene capacidad como para asumir un tal compromiso; el tipo que cree que amar a alguien por toda la vida es dogmático quizás lo cree porque no tiene la capacidad de hacerlo; porque no está en su naturaleza. Y para poder estar tranquilo con esa ausencia, busca un marco general en el cual inscribir su propia naturaleza (el marco general es la afirmación genérica de que el compromiso implica dogmatismo). Supongo que la naturaleza individual lleva a la búsqueda, consciente o inconsciente, de aquéllo en lo cual el individuo se siente más 'cómodo', donde cómodo aquí refiere a cierta sensación de estar haciendo lo que corresponde, o lo que se tiene ganas, o lo que ese individuo siente como más correcto para sí mismo, o aquéllo a lo que 'se siente llamado'. Ésta, y no otra, debería ser la hipótesis sobre la que trabajar, pues ella refiere pura y exclusivamente al uno mismo, no teniendo alcance sobre el otro y, por lo tanto, liberándose del juicio moral. Aquí, aquél que afirma que el compromiso es dogma no se encontraría en la necesidad de una tal afirmación general: aquí es suficiente con reconocer que la creencia (creencia como afirmación de un compromiso con una idea, luego de haberla probado en numerosas oportunidades pero de manera tal que eso no implique voluntad de abandonarla ante una prueba que no pueda superar) no es algo para lo cual este individuo en particular haya sido llamado, sino que le resulta suficiente con asumir posturas volátiles. Es ésto lo que desea, lo que lo hace sentirse más 'él mismo', y como tal debe asumirse. Ocurre que reconocer esto podría ser asociado por 'el otro' con cierta personalidad poco... digamos, profunda, comprometida, u otros adjetivos cuya connotación positiva le diesen valor social o de algún tipo a esa persona.


Vuelvo a la idea de escribir.
La idea del fucking peregrino. Le encuentro algún significado ahora. Es un espíritu errante en esta realidad, pero pertenece a otra de la que no tiene memoria. Sólo su espíritu doliente la tiene, pero él no alcanza a comprenderlo.
En este plano es un mercenario, un delincuente, un malviviente, huyendo permanentemente de una ley que no comprende. Esto es medio berreta, después veo si le encuentro una idea mejor.
Más que delincuente podría ser un sujeto que no se adapta nunca a las reglas de vida. No trabaja, no tiene dinero, se emborracha, las minas no le dan bola... un loser, bah.
Pero en el otro plano es alguien a quien se está esperando. Probablemente su existencia terrena no sea más que un período de prueba, similar al del ciclo del héroe. Podría intercalar, aunque no sé si no se arruinaría, la idea de ese otro plano en el que los pasos de sus habitantes (las hadas) determinan los sentimientos de aquéllos que habitamos en este plano. Sus visitas podrían servirle al personaje como para orientarlo, darlo sentido, ayudarlo a encontrar algo de sí mismo en ese lugar en el que no se encuentra.
Cioran quizás me ayude a comprender el sinsentido de la existencia, al igual que hesse. Para poder expresar de manera comprensible la llegada al otro plano no me quedan más alternativas que lograr imbuirme y aprehender a dios, o la descripción de valinor de Tolkien. No los elfos, pues éstos son exiliados, desterrados y añoran permanentemente esa divinidad perdida (aunque parte de su sensibilidad y emocionalidad podría ser similar a la de mi personaje estando aquí, en ciertos momentos).
Buena parte de esta historia me recuerda a algo que escribí hace bastante, en donde el personaje estaba en bares mirando como ausente su pila de cuentas, jugando con los remolinos del café y del humo del cigarrillo. Amanece borracho en un agujero en una construcción, mira el amanecer en el puerto y más tarde revienta su cabeza contra el espejo de su baño, mientras en la pileta se mezclan sus lágrimas secas y la sangre de su cabeza.
Dada mi inexistente erudición, es altamente probable que repita ideas ya expresadas por otros anteriormente, no sólo en el tópico general sino aún también en el modo, y en el tópico particular. Una pregunta que me surge naturalmente es: ¿y? si el hecho de escribir tiene como única excusa el yo mismo, cuál es el problema de reescribir algo que ya está escrito, o que denote mi ausencia de conocimiento? No es el hecho de escribir, en sí mismo, un escalón en busca de ese conocimiento? Escribo para otros o para mí mismo? Si es sólo para mí, el hecho de hacerlo tiene en sí mismo sentido, independientemente de la erudición o su ausencia. Por otro lado, redescubrir algo ya descubierto tiene valor en sí mismo, no para otros sino para mí mismo. Recuerdo que, cuando comencé a estudiar, me planteaba como objetivo el redemostrar los teoremas y resultados vistos a lo largo de la carrera. Visto desde el aquí y ahora, ese planteo es no sólo irrisorio sino además soberbio e irrealizable (podría yo rehacer la historia de la ciencia, yo solito??). O sea: escribir libre de culpas, sin necesidad de dar cuenta de nada a nadie, casi diría que ni siquiera a mí mismo. Escribir, por qué? Supongo que por placer, por necesidad, por esa cosa de sentir que algo adentro llama a hacerlo. Por otro lado, esa forma de pensar o razonar que tiene la necesidad de recontar algo para recién ahí poder comprenderlo. Entonces, escribir como medio para comprender mi forma de comprender la realidad que me rodea y aquélla en la que vivo. Rebuscado? Puede ser, pero no puedo escaparle.
Escribir como forma de entender y de entenderme. Crear ficciones como paralelos a circunstancias demasiado complejas como para ser descriptas en su totalidad. La fantasía como un análogo del modelo matemático de la realidad: a través de él (de ella) simulo un aspecto mínimo de una realidad compleja y caótica, que de otro modo sería avasalladora. No puedo describir de manera completa nada, ni siquiera a mí mismo (más allá de no conocer la realidad o a mí mismo lo suficiente, utilizo las palabras, y ellas son el límite último de mi expresión; son el medio a través del cual pretendo describir o descubrir, y por lo tanto cualquier limitación que ellas tengan las heredará mi incompleta descripción de cualquier cosa).
Siento la necesidad de escribir, es cierto. Escribo horrible, es cierto. Cómo hago para que lo que pasa dentro de mi cabeza o mi alma, que no comprendo, pasen a estar escritos de una manera que sí comprenda, que sí tenga valor, qué sí sea bella? No depende del sustrato, eso es claro -lo poseo, no me cabe ninguna duda. Nunca renegué de sentimientos ni sueños, ni carezco de contacto con las partes que nutren una obra. Nunca creí en un potencial 'talento', por lo tanto tampoco nunca me preocupé por alimentarlo o tenerle fe, o construirlo a través de una creencia (es cierto que podría decirse que es la única manera en la cual algo se puede construir, a partir de la creencia? Entonces, aún aquél que reniega del compromiso cae en una contradicción lógica al afirmar no tenerlo?).
Es demasiado lo que hay para decir, esa es una buena conclusión. Suelo comenzar con una idea pequeña que comienza a crecer como una bola de nieve, que finalmente pretende dar cuenta de todo lo que hay y hubo. Me cuesta mucho limitarme a una idea pequeña sin intentar generalizar y abarcar. Esa pretensión, que como programa es muy prometedora, es al mismo tiempo creador y destructor, motor y ausencia, pues cada vez que se pretende hacer se tiene plena conciencia de la incapacidad de hacer, de abarcar, de describir de manera general. La incapacidad de acceder al todo, al absoluto quizás? Eso mismo limita la creación, demuestra su total inutilidad. No son más que aproximaciones a primer orden, completamente carentes de sentido. Sin embargo, tras esa demostración lógica de la inutilidad aparece otra lógica, la de la necesidad: a pesar de la plena conciencia de la inutilidad, sigo sintiendo la necesidad de hacerlo. Por qué? Por qué esa discrepancia, que sigue siendo tan destructiva? Pasan los años y ciertas preguntas siguen estando en el mismo lugar en el que se encontraban hace quince años (si bien, claro, formuladas de manera distinta).
Demasiado para decir, demasiado poco como para decirlo? No se encuentra la forma, entonces se calla? Cuál es la diferencia entre el silencio adquirido de esta manera, y el silencio por ausencia?
Yo careceré de grandes títulos. Seré silencioso. Cómo se diferencia ese silencio del silencio de aquél que lo posee porque no puede tener otra cosa? Pero por otro lado, tanto me preocupa que otros puedan diferenciar? Por qué me preocupa tanto? Qué necesito demostrarle, y a quién? Cuando logre responder de manera satisfactoria esta pregunta podré comenzar a escribir como debe hacerse: para nadie más que para mí mismo.
Hay ciertas insatisfacciones, ciertos 'debo'.
En realidad las cuestiones literarias de forma son completamente secundarias. Qué me importan las faltas de ortografía o gramaticales, qué me importa lo formal. Eso son cuestiones del hacer, que en definitiva podrían ponerse en un segundo plano (sé que no son prescindibles, obvio, pero sé que no son mi preocupación principal; pueden serlo si a través de ellas se logra expresar cosas que no podrían expresarse de otra manera).
Estos planteos no son nuevos. No son nuevos entre mis planteos, no son nuevos para una persona que se piensa escribiendo. Sin embargo los creo pasos necesarios. Aquí no hay nada enseñable más que a través de un transitar. Nadie me puede decir que la forma y el contenido bla. La única manera de saberlo es sabiéndolo, y ese saber lo adquiriré sintiéndolo. Sólo sintiendo comprendo, al menos yo. No digo que sea una receta, sólo digo que si siento (y al decirlo la imagen que viene a mí es un pecho abierto, no sangriento obvio, y algo parecido a música o un fluir de colores entra y sale y yo respiro profundo, no puedo decir más que siento como si nunca hubiese respirado de esa manera tan profunda y dulce) entiendo, logro captar y eso que entiendo, que aprehendo, que siento, pasa a formar parte de mí, es yo y yo soy con él, en él.
La problemática de la idea-bola-de-nieve es la que, creo, evitó que pudiese ser científico (obvio, entre otras razones). Cómo me puedo limitar a jugar por días, semanas, años, con un modelo que sé a priori que es de juguete, que sé que no describe más que una parte de la realidad ínfima (con muchísima suerte), si hay tanto, tanto por sentir y descubrir? Es un compromiso demasiado grande con una idea que no lo merece. No es coherente con lo que yo siento como mi manera de conocer, ergo de vivir. No puedo comprometerme con una idea en la que no creo, o con una idea que pretende describir un aspecto de la realidad que, en el fondo, me resulta absolutamente irrelevante; o al menos me resulta poco relevante para la dedicación que requiere.
Sin embargo me puedo colgar con juegos, con darle lógica a cosas inexistentes, con escribir realidades inverosímiles. Entonces, por qué no puedo dedicarle el tiempo a un juego como la ciencia?

Me causa gracia toda esta verborragia, y la excusa que encontré como para destaparla. Surgió una idea tonta como para escribir algo, y después de ella, como los dedos ya estaban en movimiento (una especie de precalentamiento?) comenzaron a salir otras cosas que estaban esperando ser escritas. Sé que eso pasa, sin embargo usualmente no respondo al llamado. Quizás sea porque algunas veces en las que sí lo hice me encontré sin nada que decir a los cinco minutos de haber comenzado.
La idea de juntar todo lo alguna vez escrito y dibujado me gusta. De alguna manera me recuerda al baúl de calvino, ese en el que tenía metidos todos los papelitos en los que alguna vez escribió algo, y al que recurría cuando necesitaba algo de inspiración para su próximo libro. Me doy cuenta, también, cómo la preocupación y el uso de la cabeza que sigue ejerciendo la puta facultad impide que pueda encontrar este espacio en paz. Las veces que me lo dedico suele darme culpa por no usar tiempo y cabeza para cosas más 'importantes'. Mierda, que ésto es más importante. Aquí me hallo, y nunca termino de asumirlo...

0

Las pocas cosas que se me ocurrieron para poner aquí:
- Un resumen filtrado de las cosas que escribí en los últimos tiempos.
- Lo mismo, pero de mis dibujos.
- Quería hacer una especie de autohistoria fotográfica. Quizás tomar una foto anual y armar un collage. Luego, hacer lo mismo con Iru y los chiquitos.
Si esto funciona me gustaría mantenerlo. Genera una sensación extraña: nadie más que yo lo leerá, pero sin embargo existe una posibilidad no nula de que alguien más lea algo de lo que escriba aquí. Por lo tanto, hay algo de exhibicionismo en todo el chiste. Algo -llamativo, por cierto- lleva a que sea más... atractivo, quizás, escribir aquí que en un .doc, tal como hice siempre.