sábado, 23 de junio de 2007

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Esto fue un juego gracioso: nos pusimos con Ni la idea de 'escribir una historia sencilla'. La historia más sencilla que se me ocurrió fue la del príncipe que vence al monstruo y rescata a la princesa. Bueno, como eso solo no basta, estiré un poco la idea en dos versiones:

Historia 1: el caballero andante que sueña con su princesa platónica y va a buscarla adonde su sueño le indica. Cuando llega, dispuesto a enfrentarse con el dragón que la tiene prisionera, se encuentra directamente con su princesa, a la que declara su amor y ella a él (por ser quien viene a rescatarla). El caballero está aún desconfiado, pero cuando finalmente cae en el sortilegio de la princesa ésta lo muerde, lo envenena y se transforma en el gusano, en la serpiente, y mientras el veneno le hace efecto le declara que ella es al mismo tiempo el dragón y la princesa, que se alimenta de los incrédulos que, como él, se acercan a su guarida engañados por sus sueños perfectos dispuestos a rescatarla. En realidad ella también es víctima de un sortilegio del que no puede escapar, un sortilegio en el que es al mismo tiempo víctima y victimaria, es inocente pero al mismo tiempo la fuente de toda malicia.

Historia 2: relatada en primera persona, cuenta la historia de un peregrino que llega a un páramo en el que se dice habita una bestia innombrable que custodia un tesoro inconmensurable, la vida eterna, el amor eterno, la representación terrenal de lo deseable. Pero ese que cuenta la historia es, además del gusano, el último que osó creer en esa panacea y que fue en su busca, sólo para encontrarse con el iluso anterior que, tras contarle la historia de su larga desdicha, lo mordió para poder ser liberado del sortilegio (y la creencia ideal que lo sustenta) y poder volver a una realidad que ya no reconocerá como suya. Una alternativa es que este último iluso decida contarlo y no transferir la maldición por preferir vivir en un mundo ilusorio pero al mismo tiempo ideal, que volver a una realidad en la que cualquier fantasía demuestra ser falsa. En la primera, la serpiente es uroboros, la serpiente que se muerde la cola y representa la infinitud del círculo. En la segunda puede serlo también, pero a través de esta última víctima encuentra la medida de su finitud (ie, el círculo de víctimas inacabables se acaba) que se resignifica en otra (la infinitud de la víctima que habla y decide por propia voluntad ser la última, por preferir ese mundo ideal en el que alguna vez eligió creer).

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