domingo, 29 de noviembre de 2009

Nuevo Milenio

Escrito a fines del año 2000


duro como un ladrillo tirado en la esquina del corchete que los parió. la letra izquierda del tomate escondido en la comisura de tu inexplicable aturdimiento.

violencia

violencia

violencia

letras estupidas y y y y

un dia desperto caminando en la oscuridad de su sufriente soledad, murió trantando de dar ese salto insaltable hacia el vacío lleno de nada. y cuando se avivó ya se había fumado tres atados.

cuando aprenderás, cariño. las últimas tres palabras que su neurona era capaz de archivar. hacia donde iria ahora, que no tenia nada que hacer ni por que hacer; lo. en el desierto las cosas naranjas no se notan. por la arena, vistes. la mano grasienta que estaba al final de su puño pasó como un relámpago que no se decide a bajar por la sumatoria de sus cabellos con su grasa de vaya a saberse cuántos días más que hacía que se iba que no, el olor rancio era insoportablemente dulce y a pesar de todo lo quería, le gustaba porque era casi lo único que le quedaba de sí. el sol caliente calentaba tanto ya que le daba frío. como no tenía nada más que hacer caminaba hacia algún lugar. que era lo mismo que decir que no caminaba hacia ninguna parte. o que no caminaba. o tal vez era ese viento molesto lo que movía las dunas y el no se movía, o sí también, y todo en conjunto. ya para esta altura el puchito se le apagó y no tenía ganas de encender otro, las arrugas le daban culpa y le impedían prenderlo. el mozo le trajo el café por fin y lo sacó de esa cavilación surrealista y lo trajo a esta otra, donde el faso seguía encendido. la furia no se había ido y volvió ahora en el vapor del café amargo que le traía ese pobre desdichado que tenía casi su misma cara, si no fuera por los años de más. me quedé mirando el café y las formas del humito hasta que se enfrió y me cagó, humo de mierda. el barcito ése de mala muerte al cual había ido a parar cuando hubo pasado la resaca se estaba llenando de personajes a los cuales se había acostumbrado (quién lo hubiese dicho) que llenaban el lugar con esa especie de ronroneo soporífero que suele generarse en los lugares donde la gente gusta apelotonarse y le molestaba la promiscuidad del aire viciado y escupido por la puta que se había cojido hacía un rato. cuando se despertó era de noche y hacía demasiado frío como para poder sentir los miembros y ordenarles que hicieran alguito, aunque más no sea cavar un poco en la arena hasta llegar a una profundidad a la que el frío no hubiese alcanzado todavía. encima la petaca estaba ahí nomás, y la pelotuda de la mano no hacía caso. hubo que despertarse del todo y laburar con los dos brazos adormilados como para parar la botellita y destaparla con los dientes y agarrarla con los dientes y tomar un trago largo que medio se jue por la nariz y lo ahogó y se puteó y se cagó de la risa de lo boludo que lucía. un rato y un par de tragos después su cabeza estaba como sus brazos, así que por simpatía le respondieron y por un rato metió sus uñas en el polvillo arenoso hasta llegar al mismo tiempo que una náusea a una profundidad tal que no quería cavar más. como el café se había enfriado ya lo podía tomar así que se animó a mirar de vuelta ese cúmulo de papeles que se alternaban adelante de su mesa y peleaban por un poco de bola. las putas cuentas impagas fruto de su vocación algo etérea estaban cagando a golpes a todo el mundo, pero las mandó a la mierda en cuanto pudo juntar las ganas de agarrar alguno de los otros. la nota de esa revista era una farsa falaz que no era lo óptimo para un momento como este; sus pelotudeces siempre inconclusas, sean meditaciones metafísicas o meros arranques de poesía o prosa irracional no se animaban siquiera a levantar la voz, de tanto cagazo que tenían a ser bollo. y el resto del laburo había que leerlo, y eso era ya demasiado, así que optó por pedir otro café, esta vez con bastante cognac o alguna de esas cosas que ustedes saben ponerle y que le dan tan rico sabor y hacen tan bellas las cosas.

quién sabe dónde andará a estas horas, perdido quizá en el mundo del rincón más oscuro del costado del suelo, acurrucado contra el frío, adoquines en mano y contándose las puntas de los dedos de los pies con las orejas, para matar el aburrimiento y no pensar en lo helada que se siente el alma cuando se está tirado en un rincón con un sobretodo apoliyado sobre los hombros como único refugio contra esa supuesta realidad que le dicen que es real, pobrecitopobrecitos. el sánguche que le tiró esa vieja antes de venir para el puerto estaba bueno, casi tan bueno como el café que creía haberse tomado, o que a lo mejor tomó algún día, pero que si lo hizo fue hace tanto que la memoria es difusa y ya parece uno de esos recuerdos en los que la mitad se inventa. el olor a mierda del río se mezcla con los residuos de gasoil en el aire y da a esta noche de siluetas de grúas enormes contra reflectores muy potentes una presencia de realidad fantástica, es una forma en realidad disfrazada de defenderse contra la misma grúa y su sombra, su terrible y despampanante sombra que juega con el pobre imbécil, que juega como si recién hubiese empezado, que juega como si quisiera enseñarle que el mundo es de ella y de su voluntad. el silencio no se corta tampoco con el viento, que se calló y gusta callarse sólo por generar clima.

y cuál es la puerta, quién sabe por dónde correr para salir o escapar para dónde quién sabe dónde, por qué, para cuándo y cuándo iremos a parar adonde esperamos ir a parar, o qué haremos una vez que podamos saber que queríamos estar allá alguna vez, aunque sea tan sólo para probar a ver qué se siente.

cuando despertó no sabía si era de madrugada o estaba atardeciendo, pero de todas maneras decidió empezar a caminar y darse cuenta de qué momento era más tarde. cuando se dio cuenta qué momento era estaba ya bastante cerca de la frescura de un par de palmeras, así que siguió caminando aunque sin saber que iba hacia las palmeras pero obviamente con la decisión del encuentro ya tomada. sumergió su cabeza en el agua del oasis y casi se ahoga porque una vez adentro la cabeza ya no quiso quitarla pero un movimiento involuntario lo llevó a estar tirado al costado del agua tosiendo el agua que había entrado en sus pulmones. después de un rato de recuperarse se fue arrastrando hasta bien abajo de una palmera, agarró un par de frutitos que habían caído y los devoró con una avidez que a él mismo sorprendió; luego prendió su anteúltimo cigarro con su último fósforo, sabiendo que era el último que fumaría en su vida.

una vez hubo llegado a su casa, se contentó con charlar con las gentes con las que habitaba acerca de las cosas que tendría que haber hecho y que no hizo aunque dijo haberlas hecho. a pesar de la inanición la cena fue frugal como siempre y cada cual finalizó su día tal cual había empezado y con la (des)esperanza de que empezara de la misma manera.

se miró al espejo; el ataque comenzó desde lo profundo subió rápido rápido y fue a los brazos que se la agarraron con la cara y los ojos, porque los dedos comenzaron a rasgar las mejillas y se metieron en los ojos al mismo tiempo que el grito más aterrador salía con el costado de su garganta y se rompía la frente contra el espejo que acababa de reflejar su cara. pero sus lágrimas y sus hipos no eran ni por el espejo ni por la sangre ni por ni por, el único lugar que podía curar ese dolor era la punta de un revólver o el nudo de una soga o el aire de un balcón.

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